martes, 17 de mayo de 2011

SEMANA SANTA 2011

Ha terminado la cuaresma, el tiempo de conversión interior y de penitencia, ha llegado el momento de conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Después de la entrada triunfal en Jerusalén, ahora asistiremos a la institución de la Eucaristía, oraremos junto al Señor en el Huerto de los Olivos y le acompañaremos por el doloroso camino que termina en la Cruz.Durante la semana santa, las narraciones de la pasión renuevan los acontecimientos de aquellos días; los hechos dolorosos podrían mover nuestros sentimientos y hacernos olvidar que lo más importante es buscar aumentar nuestra fe y devoción en el Hijo de Dios.

La Liturgia dedica especial atención a esta semana, por la importancia que tiene para los cristianos el celebrar el misterio de la Redención de Cristo, quien por su infinita misericordia y amor al hombre, decide libremente tomar nuestro lugar y recibir el castigo merecido por nuestros pecados. Para esta celebración, la Iglesia invita a todos los fieles al recogimiento interior, haciendo un alto en las labores cotidianas para contemplar detenidamente el misterio pascual, no con una actitud pasiva, sino con el corazón dispuesto a volver a Dios, con el ánimo de lograr un verdadero dolor de nuestros pecados y un sincero propósito de enmienda para corresponder a todas las gracias obtenidas por Jesucristo. 
Para los cristianos la semana santa no es el recuerdo de un hecho histórico cualquiera, es la contemplación del amor de Dios que permite el sacrificio de su Hijo, el dolor de ver a Jesús crucificado, la esperanza de ver a Cristo que vuelve a la vida y el júbilo de su Resurrección.
En los inicios de la cristiandad ya se acostumbraba la visita de los santos lugares. Ante la imposibilidad que tienen la mayoría de los fieles para hacer esta peregrinación, cobra mayor importancia la participación en la liturgia para aumentar la esperanza de salvación en Cristo resucitado.
La Resurrección del Señor nos abre las puertas a la vida eterna, su triunfo sobre la muerte es la victoria definitiva sobre el pecado. Este hecho hace del domingo de Resurrección la celebración más importante de todo el año litúrgico. Para nosotros no existen cosas extraordinarias, calumnias, disgustos, problemas familiares, dificultades económicas y todos los contratiempos que se nos presentan, al contrario, estos servirán para identificarnos con el sufrimiento del Señor en la pasión, sin olvidar el perdón, la paciencia, la comprensión y la generosidad para con nuestros semejantes.La muerte de Cristo nos invita a morir también, no físicamente, sino a luchar por alejar de nuestra alma la envidia, el egoísmo, la soberbia, la avaricia, es decir, la muerte del pecado para estar debidamente dispuestos a la vida de la gracia.
Resucitar en Cristo es salir de las tinieblas del pecado para vivir en la gracia divina. Ahí está el sacramento de la penitencia, el camino para revivir y reconciliarnos con Dios. Es la dignidad de hijos de Dios que Cristo alcanzó con la Resurrección.Así, mediante la contemplación del misterio pascual y el concretar propósitos para vivir como verdaderos cristianos, la pasión, muerte y resurrección adquieren un sentido nuevo, profundo y trascendente, que nos llevará en un futuro a gozar de la presencia de Cristo resucitado por toda la eternidad.

SAN BASILIO EN MARCHA


      Estamos realizando los talleres “Familiarizándonos con la oración” todos los Jueves de 7:00 a 9:00 p.m. en el Salón San Viator de nuestra parroquia. Los cursos son dictados por los religiosos de los Clérigos de San Viator.

      El 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor, tendremos a las 6:00 p.m. el Santo Rosario y a las 7:00 p.m. la consagración al Inmaculado Corazón de María.

      Todos los Viernes de Cuaresma a las 6:00 p.m. en el templo parroquial, estaremos meditando el Santo Viacrucis.

      En este tiempo de cuaresma, la Iglesia realiza la campaña de “Comunicación Cristiana de bienes”. Invitamos a todos a colaborar con los mercados para la Pastoral Social de nuestra parroquia.

TIEMPO DE CUARESMA

Los cristianos nos preparamos para celebrar el misterio pascual de Cristo, su pasión, muerte y resurrección. Cada año, este acontecimiento de dolor y de júbilo, de muerte y de vida, de aparente derrota y a la vez triunfo expresa que Cristo ha venido “para darnos vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10b), así mismo nos deja ver la misericordia de Dios que no quiere la muerte del pecador, sino “que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 18, 23b), y nos revela el designio del amor de Dios que no ha abandonado al hombre a su suerte, que no lo ha dejado solo a pesar de su pecado e infidelidad, sino que lo sigue protegiendo y colmando de sus dones.

La cuaresma como camino hacia la pascua es una actualización del misterio de la cruz y de la resurrección. No es una simple remembranza del pasado, sino un memorial, un recuerdo vivo que actualiza y renueva el amor de Dios por la humanidad. La cuaresma es el paso del sufrimiento a la gloria y como tiempo litúrgico comienza con la imposición de la santa ceniza trazando sobre la frente la cruz y acompañando este gesto con las palabras: “Conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1, 15); “eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3, 19c). Indudablemente la imposición de la ceniza es un gesto externo que evoca nuestra condición humana y pecadora y nos invita a una renovación del corazón; es decir, a la conversión.

La cuaresma es un tiempo privilegiado para volver nuestra mirada a Dios, para revisar nuestra vida y reconocer nuestras limitaciones delante de Dios y para cambiar de actitud. En otras palabras “Recomenzar desde Cristo” (DA 549). Por lo tanto, estos cuarenta días, que se prolongan hasta el Jueves Santo cuando se inicia el Triduo Pascual, son días de reflexión profunda, días de penitencia, días de arrepentimiento sincero.

Durante este camino, experiencia de dolor hasta la Pascua como acontecimiento de júbilo, caminaremos con el pueblo de Israel que anduvo durante cuarenta años por el desierto para llegar a la tierra prometida. El desierto se convirtió en símbolo de fe y purificación. Nuestro itinerario, a través del desierto, es un camino que nos sumerge en los misterios del amor de Dios, que nos ayuda a profundizar en nuestra propia realidad y que nos recuerda la necesidad de abandonarnos en las manos de Dios. Somos peregrinos en este mundo, caminantes que debemos peregrinar hasta alcanzar “la corona imperecedera de la gloria” (1 P 5, 4).

La cuaresma nos recuerda las tentaciones de Jesús en el desierto en donde fue tentado por el diablo. Allí venció a fuerza del amor y del bien la tentación del poder, del tener y del placer por el placer. En el desierto Jesús nos enseñó que es posible vencer la tentación. Como Jesús, nosotros también somos tentados, todos los días en nuestra vida nos vemos enfrentados a la tentación del desánimo, del derrotismo, del triunfalismo, del individualismo, de la indiferencia, del egoísmo; pero si nos acogemos a la bondad y a la generosidad de Dios podemos estar convencidos que venceremos el mal. Por eso, con justa razón decimos en el Padrenuestro: “no nos dejes caer en la tentación” (Lc 11, 4) y líbranos del mal.

La cuaresma es también un camino de conversión; en este camino nos levantamos, como el hijo pródigo, para regresar a la casa del Padre. Nuestro retorno es el fruto de una reflexión profunda, de una decisión con fortaleza y de la actitud de ponernos en camino.

La cuaresma es un camino del dolor al júbilo, es decir, comienza con la experiencia significativa del dolor de la cruz, de la pasión, del padecimiento por los pecados, de la contrición, de la tristeza frente a la maldad, del sufrimiento que nos causa el alejamiento de Dios. En este camino de dolor, Jesús nos da su gracia y nos levanta de nuestras miserias para alegrar nuestro corazón. De ahí que la cuaresma signifique el paso del dolor al júbilo, a la alegría de la pascua, al gozo de la resurrección.